Acababa de amanecer. Vio pasar el primer tren de la mañana. Una mujer le saludaba con las dos manos casi pegadas a la ventanilla y una amplia sonrisa. Imaginó que la pasajera se bajaba del tren y le achuchaba en un abrazo interminable. Era su madre embebida en su traje de verdad. Sin duda había experimentado el placer de un buen sueño.
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