En alguna ocasión he oído a gente que comparaba el acto de mecerse de los TEA con el por qué los judíos lo hacían en la lectura de «La Torá».
Lecturas de la Torá
Torá es una palabra hebrea que significa enseñanza, instrucción, o más específicamente ley. En su sentido más amplio se utiliza habitualmente para designar a la totalidad de la revelación y enseñanza divina al pueblo de Israel. En un sentido más restringido se refiere únicamente al texto de los cinco primeros libros de la Biblia (que para los cristianos se llama Pentateuco).
Las lecturas de la Torá son una parte importante de la mayoría de las ceremonias religiosas del judaísmo. En la sinagoga, los rollos en los que están escritos estos libros son custodiados respetuosamente en el interior de un compartimiento especial, orientado hacia Jerusalén, llamado Arón haKodesh (literalmente ‘Cofre Sagrado’, aunque no sea sagrado en sí, sino por lo que contiene). En presencia de un rollo de la Torá, los judíos varones deben llevar la cabeza cubierta. Los rollos de la Torá son sacados para su lectura. La lectura pública de la Torá sigue una entonación y dicción, prescritas ritualmente, sumamente complejas; por ello, es normalmente un cantor o jazán profesional quien la lleva a cabo, si bien todos los varones judíos mayores de edad tienen derecho a hacerlo. Una vez leído, el rollo vuelve a guardarse reverentemente. La lectura semanal de la Torá se denomina parashá hashavua -sección de la semana- o sidra, y la misma abarca a todo el Pentateuco subdividido en tantas semanas como tiene el año judío. Todos los integrantes del Pueblo de Israel estudian en la misma semana la misma sección, lo cual debe generar un clima de unión y afecto entre los que siguen la Religión Judía.
Segun los judios, el reconocerse en Presencia del Eterno, voluntariamente abriéndose por completo ante Él, es algo que produce un escalofrío (en aquel que es sincero en su rezo), por lo cual el organismo tiene una necesidad (fisiológica) de descarga energética, que se traduce en el zarandeo corporal. El mecerse es rítmico, lo que induce a abstraerse de las interferencias, y concentrarse en el ritmo del rezo, de la comunicación con Dios. Es una especie de mantra corporal. Es un acto reflejo de descarga nerviosa. El movimiento mantiene a la persona apartada de la modorra, que es contraria a rezar con empeño y sentido.
Otra de las explicaciones que se le da a este moviemiento es que en la antigüedad los libros eran escasos, por lo que muchas personas debían compartir el mismo libro, al mismo tiempo. Eso producía la necesidad de estar meciéndose constantemente, para aproximarse al libro para leer y alejarse para que otro pudiera acercarse. Con el paso de las generaciones, se impregnó el movimiento como costumbre atávica y desconectada de su primordial origen.
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Iñigo Mezcua
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