Fui un pez y nadaba junto a mi cardumen. Pronto comencé a hacerlo a contracorriente. Me uní a ratos al brillo de un grupo de especímenes que lucía colores espectaculares. Y enseguida vi la realidad de los grises. A medida que iba rascando en la superficie veía cómo algunos de estos nuevos compañeros de viaje se iban desnudando y dejando sus vestimentas de algas y corales.
Así que en medio de tiempos de tormenta me froté con un espécimen singular, como ya lo era yo misma. Al principio los días, semanas, meses e incluso años se hicieron más huracanados aún. La salva fue la constancia de un pez con colores profundos, con un brillo singular y una capacidad de aprendizaje y sed de conocimiento excepcional.
Reformamos mi cueva, visitamos continuamente a mi cardumen, y de vez en cuando al suyo. Y, descubrimos nuevos colores, con brillos inusitados, cuando nos acercamos a la orilla de la playa. Ahí se produjo la simbiosis.
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María Ángeles Martín
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