Hoy Eugenia, la bien nacida, trae a colación la imposibilidad de algunas personas de paliar el sufrimiento con el que cargan. Las circunstancias vividas no les permiten conseguir la tranquilidad necesaria para continuar una existencia, que se acerque a lo que el común de los mortales considera normal. La guerra ocupa ahora el reloj de la preocupación, pero hay muchas familias que denuncian no haber logrado olvidar las eternas horas sin noticias de sus seres queridos por la pandemia.
Miles de núcleos familiares que prefieren guardar silencio, aunque se vieron abocados a no poder abrazar a su padre o a su madre. No sólo acompáñadles en un hospital, sino incluso no conocer en qué tanatorio estaba su cuerpo y dudar si las cenizas que les entregaron eran las suyas. Una suma crueldad fruto de la pandemia y también de algunas malas gestiones que están instaladas en la piel de todas y cada una de las víctimas colaterales.
Hospitales
Si bien, en términos generales, los médicos, enfermeras, cuidadores, limpiadores durante toda la pandemia se han dejado la piel y el sentimiento en el cuidado de los enfermos ,también ha habido casos aislados flagrantes de descuido. Es lo que le ocurrió a mi padre, un anciano que llegó a casa sin sus pertenencias con una sola bata de hospital cuando se le dio el alta y pasando horas en una ambulancia. El asunto se reclamó ante el centro sanitario, sin que la familia hayamos recibido después de más de un año ni una sola disculpa, parece que pusieron sus ropas en una bolsa de basura y la tirarían. Mi padre no tenía covid ni ninguna enfermedad contagiosa.
Entierros
Asimismo pongo sobre la mesa el caso de una amiga y su familia que en un cementerio de un pueblo pequeño se vieron abocados a más que colaborar en el levantamiento de la lápida familiar, para enterrar a su madre. No siempre se hizo lo que se pudo en la gestión de la pandemia porque detrás de una sociedad y de los millones de personas hay individuos, cada uno con su problemática y no máquinas que obedecen a una burocracia. Las denuncias públicas también son lícitas, así como el agradecimiento a los millones de personas que continúan aportando su grano de arena.
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María Ángeles Martín
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