El pequeño de la familia, Benjamín, se asoma tímidamente a la puerta y espera ser acogido. Es lo que ocurre con los niños ucranianos y sus madres después de miles de kilómetros de huida de la guerra. Así que una sonrisa, un nimio entretenimiento, mientras esperan para legalizar su situación es agradecido de largo. Cada familia carga a cuestas con una situación diferente, algo bastante ajeno a los niños, pero todos con necesidades básicas que cubrir. Cuando se trata de buscar refugio y se tienden manos se empieza a hablar de humanidad en el más amplio de los sentidos.
Reconforta ver que en el caso de los refugiados ucranianos la burocracia se está acelerando, y tanto el gobierno, los funcionarios como los voluntarios de las organizaciones no gubernamentales o humanitarias, especialmente la Cruz Roja, se están volcando en solucionar las dificultades con la mayor celeridad posible. Es así como debe hacerse en una crisis humanitaria y como se debería actuar siempre.
Dificultades
La adaptación, la búsqueda de trabajo y la escolarización de los menores son los primeros escollos a salvar según cuentan los refugiados, que ya empiezan a pensar en su futuro, especialmente aquellos que no han dejado a nadie atrás.
El reparto por diferentes comunidades, sobre todo desde Barcelona y Madrid, de estos ciudadanos ucranianos supone otra fatiga en su viaje por etapas. Salen de su casa por necesidad, renunciando a sus comodidades y a la vida normalizada que tenían. Los pequeños, como Benjamín, merecen un trato humanitario.
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María Ángeles Martín
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